
Este gato estaba de espaldas a mí, absorto en sus cosas, así que tuve que emitir un sonoro ruído para llamar su atención. Temí que saliera huyendo asustado pero no, giró su cabeza con gran parsimonia para ver de dónde provenía el sonido. Descubrí que no tenía miedo porque estaba curtido en mil batallas y nada podía alterarle.