
A lo lejos divisé la silueta de un ave que no parecía la usual paloma. Con el tele al máximo disparé una foto y le di rápido a la rueda para ampliar dentro del visor. «Ooooh, ¡un cernícalo!». Maravillado, me acerqué sigilosamente hasta la verja del terreno y disparé muchas fotos con el objetivo entre los barrotes. Me gustó esta pose en la que sacaba pecho. Creo que estaba demasiado concentrado oteando el terreno en busca de alguna víctima como para ocuparse de mí, que además ya no podía acercarme más a él.